Querido lector:
Son las 21.1o y he decidido volver a publicar algo. Ya son casi 4 meses sin escribir nada, y parece que casi olvidé la existencia de este pequenyo resquicio virtual para mi diarrea mental. Pasa el tiempo, pasan los recuerdos, esa parece ser la lección del día. Qué cabroncete soy diciéndolo (o mejor, escribiéndolo) ya desde el principio. Pues sí, pero sumándole el hecho de que realmente casi nadie lee esto tampoco me siento demasiado culpable por haber dejado pasar el tiempo un poco.
En estos cuatro meses he conocido a algunas personas nuevas. No han sido muchas, seguramente me dé con una mano para enumerárlas, ni siquiera eso. Está bien eso de conocer a gente nueva. No soy de naturaleza misántropa, procuro comportarme con todo el mundo de una manera cortés y cordial, por poco humilde que suene esto. Pero a fin de cuentas me quedo siempre con pocos. Es como una clase en el colegio. Te dicen muchas cosas y tu en su momento las registras, pero a final de curso lo que verdaderamente se te ha quedado de todo ese torrente de información es muy poco. Pues con las personas me pasa parecido, conozco a unas cuantas personas todos los días, pero muy pocas toman poder de mi interés y me fuerzan a profundizar mi relación con ellas, o al menos procurar prondundizarla.
De estas pocas que he conocido con más calma, o que he querido conocer con más calma todas me han creado cierta ansiedad. No me malinterpretéis, no es que esté en mi habitación sentado en la cama abrazando mis espinillas con los ojos desorbitados gritando como un poseso. Simplemente tengo que pensar mucho en ellas y en lo que me dicen, buscando una clase de algoritmo de su manera de comportarse para poder entender mejor su naturaleza y su estilo de vida. El resultado ha sido bastante fatídico. Como comenté en una publicación anterior, cuando uno intenta descifrar la manera de pensar y actuar del otro siempre olvida que está procesando la información a través de ese filtro que es uno mismo. Justo eso me ha pasado en un caso muy especial. Lo comentaré no sé bien por qué, en realidad esto es asunto mío y esto no es una puta terapia de grupo, perdonad mi vocabulario soez. Pero esto es la red, gente, y yo lo suelto por mis santos cojones, y vosotros más tarde podréis sentir la misma evangelización genital al comentar la jugada.
Resulta que quiero tomar un café con una chavala. Hasta ahí todo bien. La cosa es que la chica no quiere. No me ha dicho "Qué te jodan, payaso!" ni "Ni muerta!" ni "Aunque fueses el último tío en la jodida faz de la tierra no tomaría un café contigo!", pero tengo un "feeling" de que ella prefiere no hacerlo. Yo, maquinante como siempre, pongo el motor mental en marcha para ver cómo leches la procuro convencer indirectamente de que sí debería tomar un café conmigo. Por un lado creo que soy un tío legal, no tengo antecedentes de ninguna clase y creo que no tengo pinta de violador y hasta consigo hacerla reír. Por el otro lado he de pensar que yo sólo soy el 50% del trato, y que ella no tiene por qué irse a tomar un café conmigo si no quiere. No estoy depresivo, pero sí que estoy tristón por no poder tomarme un inofensivo café con ella.
Como veis, me he explayado en mi problema relativo a las mujeres, y este tema me causa ansiedad. Como esto es una plataforma interactiva, en este artículo quiero animar a que dejéis comentarios sobre si alguna vez habéis estado en una situación de alta ansiedad, no tiene por qué ser relativo a batallitas de amoríos. Abierto queda el foro.
Un saludo,
Guillermo
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